A pocos lectores les sonará extraño oír hablar de Milán, capital de la región de Lombardía y, sin duda, motor económico del norte de Italia. No obstante, no resulta tan conocido uno de sus barrios más tradicionales: Porta Ticinese (o Ticinés, en castellano). Erigido a orillas de los canales, se trata de la antigua barriada portuaria de la ciudad lombarda. Salpicado de construcciones populares, este lugar pone la nota costumbrista y pintoresca a una de las plazas fuertes de la moda mundial.
El barrio llega hasta la dársena, donde conecta con el Naviglio Grande, que alcanza el río Ticino, y el Naviglio Pavese, que conduce hasta Pavía. En el ecuador del siglo XX, muchos milaneses evitaban acercarse hasta allí debido a su pésima reputación. Nada que ver con su situación actual, ya que Porta Ticinese está repleta de vanguardistas tiendas dedicadas a la fotografía o al diseño. Una aura «cool» para uno de los vestigios del Milán de siempre.
Desde el punto de vista monumental, quizás el mayor reclamo de esta zona es la iglesia de San Lorenzo Maggiore. Este edificio debe su fama a que desde el siglo IV y durante centurias fue la iglesia de planta circular más grande del antiguo imperio romano de Occidente.
Esta construcción sufrió numerosas modificaciones en el siglo XII, aunque su aspecto definitivo corresponde a los siglos XVI y XVII. Una vez en su interior, no hay que perderse ni sus mosaicos del siglo IV ni la capilla de San Aquilino, situada a mano derecha. Frente a la iglesia, se elevan 16 columnas aún más antiguas, procedentes de un templo romano de Mediolano.
El otro gran reclamo es el prado de Sant’Eustorgio, que se expande desde la iglesia de San Lorenzo Maggiore hasta la iglesia de Sant’Eustorgio, que destaca por sus notables capillas laterales del siglo XV. Tras el ábside, no hay que dejar de prestar atención a la capilla Portinari (1462-1466), donde reposa el arca de San Pedro Mártir, realizada en 1339 por Giovanni di Balduccio.
Foto vía: Laalamani