Leyendas de Cerdeña: Ostio y los romanos
Cuenta una antigua leyenda que los romanos habían acampado en la costa de Cerdeña con intención de establecerse en la isla. Venían atraídos principalmente por las minas de plomo y no pensaban marcharse.
Los habitantes de Cerdeña se escondieron en las montañas, atrincherados en sus grutas y oponiendo resistencia a estos invasores que pretendían hacerse con sus tierras. No obstante, veían como ellos estaban armados, mientras que los campesinos y pescadores de su pueblo poco podían hacer por la batalla.
En esa época vivía un joven llamado Ostio, era el nieto de uno de los pastores más autoritarios del lugar. Un joven valiente y muy feroz.
Un día, cansado de estar escondido esperando para pasar a la acción, Ostio reunión a todos los jóvenes de la isla y comenzó a decirles que ya era el momento de pasar a la acción. Debían aplastar a esos romanos como fuera, así pues, era necesario combatirlos.
Los jóvenes, alimentados por las ansias de lucha de Ostio, exclamaron al unísono “¡Vamoa!”. No obstante, Ostio no era tonto, sabía que si los habitantes de su pueblo, los mayores y ancianos, eran conscientes de su plan, terminarían impidiéndolo. Así pues, pidió discreción a sus compañeros, diciendo que esa misma noche partirían en sus caballos sin comentar nada a nadie.
Esa noche, más de treinta jóvenes partieron montados en caballos sardos. Nadie en las grutas sospechaba absolutamente nada. No obstante, un pastor que cuidaba a su rebaño observó cómo se alejaba este intrépido grupo y alertó al resto de la población.
Los padres de los jóvenes se sobresaltaron. Sabían que sus hijos iban a una muerte más que segura. Así, se organizaron para salir en su búsqueda. No obstante, se dieron cuenta de que los caballos habían sido gastados por sus hijos, por lo que sólo podrían ir tras ellos andando, algo que ralentizaría considerablemente la marcha.
Las mujeres quedaron en las grutas llorando, y los hombres, aunque a paso ligero, sabían que llegarían demasiado tarde. Aun así, siguieron su camino hacia el campamento romano con el fin de vengar sus vidas.
Una vez llegaron observaron una gran nube de polvo. Permanecieron quietos, listo para pasar a la acción. Estaban decididos a atacar cuando observaron que ahí, justo delante de ellos, se encontraban sus jóvenes jinetes desarmados e intactos.
Los romanos los custodiaban, y acercándose a los pastores les dijeron que no combatían con jóvenes, pero que estarían encantados de trabar amistad con gente que tuviera una juventud tan valiente.
A partir de ese momento los pastores dejaron caer sus armas y comenzaron un nuevo trayecto junto a las insignias romanas.
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