La creación del Estado Pontificio

San Pedro Vaticano

Con la serie de privilegios que el emperador romano Constantino I el Grande otorgó a los Papas de la Iglesia Católica, así como a sus seguidores, los pontífices se convirtieron en importantes figuras dentro de la política, además de potentados terratenientes. Por su parte, los lombardos que habían llegado desde las costas del Mar del Norte, terminaron por profesar la fe católica en sustitución del arrianismo, pero ello no impidió que continuasen tratando de apoderarse de toda Italia y logrando acumular numerosas zonas de la península en el 568.

Más de doscientos años se prolongaron, por parte de los lombardos y de los Iconoclastas (la doctrina oficial del Imperio Bizantino que castigaba la veneración y representación de los santos y del propio Cristo), las persecuciones de los Papas católicos. Así fue recluido hasta su muerte en una cárcel (año 526) de la ciudad de Rávena el Papa Juan I, y perseguidos tanto Sergio I como Gregorio II. Fue Gregorio III quien trató de poner fin a esta situación pidiendo protección a Carlos Martel, duque de los francos, mediante la entrega de las llaves del santo sepulcro de San Pedro a modo de petición simbólica de ayuda contra los lombardos.

Tras la conquista lombarda de Rávena, Esteban II se presenta ante Pipino el Breve (hijo de Carlos Martel y fundador de la dinastía Carolingia), a quien el mismo San Bonifacio había ungido como monarca y soberano de los francos, concediéndole el título de defensor de los Romanos y dándole la bendición de la Iglesia. Mediante dos incursiones enviadas por Pipino a la península italiana, entre cuyas filas estaba el su hijo Carlos (que sólo contaba 12 años de edad). Los francos terminan con las aspiraciones lombardas de conquistar Roma en el año 754 y derrotan a su rey Astolfo, obligándole a ceder Rávena a Roma. Este trato fue incumplido por Astolfo al poco tiempo poniendo bajo asedio a Roma, por lo que el Papado tuvo que acudir de nuevo en busca de auxilio, lo que llevó a una nueva derrota de los lombardos.

Dos años más tarde, llega la llamada «Donación de Constantino«, un polémico documento presentado a Pipino por Esteban II, en el que se donan a la Iglesia los territorios de Rávena, la Pentápolis (Rímini, Pésaro, Ancona, Senigallia y Fano) y Roma. Con ello se estaban sentando las bases para la constitución de un nuevo Estado Pontificio, que no dependería de fuerzas exteriores y cuya estructura permaneció casi inalterable durante más de un milenio.

Pero los lombardos se vuelven a presentar en el 774, esta vez bajo el mando de Desiderio, quien invade los territorios del Papado y llega hasta la ciudad de Roma. En esta ocasión es Adriano I quien acude al rey franco Carlomagno en busca de ayuda y pretección. Carlomagno termina con la amenaza lombarda (como hicieron sus antecesores), y como reconocimiento a su labor es el propio Papa quien le corona como Emperador de Occidente durante el año 800.

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