El Moisés de Miguel Ángel
Es junto con la Capilla Sixtina y la Piedad, una de las obras más famosas del genio Miguel Ángel. Un titán de rostro recio y formas de auténtico luchador divino. Hablamos del Moisés. Avanzando el manierismo en algunos de sus detalles, esta escultura pertenece a la etapa de madurez del artista, una etapa en la que atrás queda el ideal estético clasicista y en la que empieza a entroncar en aquellos retos escultóricos posteriores.
Se produce el encargo de la obra en el año 1505. Es entonces cuando el Papa Julio II solicita a Miguel Ángel la concepción de un egregio proyecto que pasaría a formar parte de su sepulcro eterno. 40 años después nacía el Moisés. Era éste la primera estatua de una grandiosa idea original que nunca se llegaría a terminar debido al repentino cese del mecenazgo por parte del mencionado Papa. En la actualidad, es posible visitar la tumba del pontífice junto a su glorioso Moisés en la basílica romana San Pietro in Vincoli.
Domina la escultura el tema bíblico vinculado al momento en que Moisés baja del monte Sinaí con las tablas de la ley. En su cara, el horror. En sus brazos y sus piernas, la fuerza de quien se sabe portador de la verdad divina. La expresión de cólera se achaca al descubrimiento por parte de Moisés de la sinrazón israelí que les llevó a adorar al Becerro de Oro y a caer en el abandono del verdadero culto.
Extraído de una sola pieza de mármol de Carraca, este Moisés se presenta sedente y de cuerpo entero, bañado por luces y sombras, que se hacen más presentes en los pliegues de sus ropas, y por una sensación que empezó a vivir desde el mismo momento en que el artista terminó de cincelar el último detalle. De hecho, los biógrafos afirman que fue esta extrema sensación la que llevó al artista a golpear la rodilla de la estatua y a espetarle «¡Habla!». Por supuesto, la escultura no habló, no dijo nada, pero seguramente miró a Miguel Ángel desde su rostro ceñudo volviéndole a demostrar la gran cantidad de vida contenida en su corazón de roca.
Hoy en día, no ha cambiado nada, y muchos son los visitantes que se acercan a contemplar al Moisés. Y no sólo ven la escultura renacentista de afilado naturalismo en su anatomía y expresión, o la escultura garante de la perfección técnica del genio, sino también un ser casi tan vivo como cualquiera de nosotros, un ser a quien el llamado «movimiento en potencia» no le hace justicia.

Categorias: Arte y Cultura, Roma
muii buenoooo i sorprendente